NdA: Cronológicamente, esta historia transcurre cuando Aioros y Saga tenían entre 11 y 12 años.
Orestes le había permitido llegar hasta las habitaciones de Sagitario sin necesidad de anunciarse. Hacía un largo rato que los entrenamientos se habían dado por terminados y, a diferencia de días anteriores, Aioros no se había presentado a las sesiones extraordinarias que ambos habían llevado a cabo desde meses atrás. Lo que era todavía más extraño, al menos a los ojos de Saga, era que su amigo ni siquiera se había tomado el tiempo para avisarle de su ausencia. Simplemente le había dejado plantado.
Si se había atrevido a subir hasta Sagitario era porque genuinamente estaba preocupado. Aioros podía ser un desastre. Podía ser el tipo más despistado y torpe del universo, pero nunca un chico irresponsable.
Supo que algo no estaba del todo bien cuando reparó en la mirada transparente de Orestes. En eso, maestro y aprendiz se parecían: sus ojos no mentían. Sin respuestas ni explicaciones, el Santo de Sagitario le había dejado pasar hasta el corredor, donde las numerosas habitaciones del templo del centauro se alineaban, una tras otra. Encontró rápidamente la de Aioros, a pesar de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo dentro. Solían pasar más tiempo en rincones distintos, que no se relacionaban ni con Géminis, ni con Sagitario. Mayormente para evitar cualquier confrontación del gemelo con Zarek.